Son Espases es el hospital más moderno de las Islas Baleares. Es un hospital que conozco bien porque padezco enfermedad de Crohn y todo ello me ha llevado a ser un firme defensor de la sanidad pública española. Además, una vez vista la fantástica planta de maternidad de otro hospital mallorquín, Son Llátzer, parece lógico pensar que la más moderna de la isla, en Son Espases, tenía que ser, sin duda, aún mejor.
Ni de lejos.
Permitidme que relate nuestro particular cuento de Navidad. No es un cuento agradable porque algunos gestos parecen más graves en esta época del año pero lo más importante es que nuestro pequeño nació día 23 de diciembre, sin verdaderas complicaciones y, por ahora, una salud de hierro. Nadie nos felicitó las navidades en el hospital pero ni me di cuenta de ese detalle porque nuestro peque era una felicitación en sí mismo.
Antes de empezar, sin embargo, debo decir que el equipo de comadronas del paritorio demostró ser todo lo profesional, cercano y eficaz que era de esperar. No podemos decir lo mismo de la planta de maternidad, pero como digo eso lo dejo para después. En el paritorio tan solo nos extrañó la poca conexión con las primerizas. Creo que existe un prejuicio con las primerizas, como si no supieran dónde se meten. Precisamente por eso, ¿no deberíamos depositar más cariño sobre ellas? ¿no deberíamos esforzarnos más en tranquilizarlas cuando llevan varias horas empujando y no consiguen parir por sí solas? Después está el famoso “piel con piel”, que tanta importancia tiene para establecer el vínculo madre-hijo. Según nos había explicado la comadrona del centro de salud, es el mejor momento para iniciar la lactancia materna. Supongo que depende de la hora, porque si se acerca el cambio de turno las comadronas del paritorio pasan la pelota a las enfermeras de planta. Es algo comprensible, no lo critico, pero lo cuento porque es importante para el resto del relato.
Nuestra mala experiencia
Llegamos a planta y empieza el sentimiento de abandono total. La ayuda que nos prestan en la lactancia se limita a una pezonera y una jeringa con leche artificial para estimular la succión. “Hacedlo así”, nos dice la comadrona de planta, no demasiado amable ni atenta. Nadie se vuelve a preocupar por ello hasta que 24 horas más tarde otra enfermera nos riñe porque no hemos tirado esa leche, que ya está mala. Pues nadie nos lo había dicho. Pero bueno, debíamos haberlo sabido. Fallo nuestro.
Otra cosa que debíamos haber sabido es que nuestro bebé no pediría durante la noche. Con el agotamiento del día anterior (más de 7 horas de parto, sin contar los pródromos) nos habíamos quedado fritos y al ver el alba nos sentimos culpables de no haber intentado que el bebé comiera. ¿A alguien le importó? No. Nadie vino durante la noche a comprobar si el bebé mamaba correctamente. Nadie nos preguntó nunca si el bebé había comido. Al menos nos preguntaron si había hecho caca, pero claro, nos lo preguntó el tercer turno (segundo día) porque inexplicablemente nadie lo había registrado antes.
De hecho, la primera vez que hizo caca le salía el dichoso meconio hasta por las orejas. Cambié mi primer paquete. No podía ser complicado. Y no lo hubiera sido si nos hubieran facilitado algo para limpiarlo. “Teníais que traerlo de casa” nos dijeron. De nuevo la información se contradice con lo que sabíamos del centro de salud. “¿No os dijeron que teníais que traer un neceser con vuestro cepillo de dientes…?” Sí, claro, pero el bebé no tiene dientes: el neceser debía ser para nosotros. Todo lo del bebé nos lo tenían que dar en el hospital. Te dan ropita pero no tienen ni una mísera esponja natural. ¿Una toalla? Tampoco. Nos recomiendan con desgana que lo lavemos con compresas femeninas humedecidas con agua, y que mañana traigamos toallitas desechables.
Como no vale la pena amargarme la noche por ello, una vez superada la odisea del cambio de paquete, nos vamos a dormir. Mi esposa en la cama, el bebé en su cunita y yo en una butaca. Parece cómoda y articulable. No es ni una cosa ni la otra. Al tropecién intento de cambiar de postura para conciliar el sueño consigo que se levante el frontal para reposar los pies. El respaldo en cambio no se inclina ni con un ariete.
Como ya he comentado, nadie viene en toda la noche. Por ello me sorprende que durante la mañana se preocupen por lavar al bebé. La sorpresa hubiera sido grata si lo hubieran hecho delante de nosotros porque somos primerizos y tenemos que aprender a hacerlo. Pero no: se lo llevaron. También se lo llevaron para hacer la inspección pediátrica. En ese caso al menos conseguimos que no se lo llevaran justo cuando estaba mamando. Como he comentado, esos primeros días no pedía y muy difícilmente se enganchaba para mamar. Cuando lo conseguíamos, lo último que necesitaba era que lo molestaran. ¿Es comprensible? Para las enfermeras de la planta de maternidad de Son Espases parece que no, pues todo parecía una molestia para ellas. Por supuesto, contemplo la idea de que nosotros, primerizos, le diéramos más importancia de la que tiene a los primeros momentos de lactancia. Ojalá alguien nos hubiera enseñado a darle la importancia justa. El caso es que hoy mi esposa tiene grietas en los pezones, probablemente por el (mal) uso de la pezonera, que le obligaron a utilizar porque “tiene los pezones muy planos”. Como era de esperar, nuestra comadrona del centro de salud nos confirmó que los pezones no son para nada planos, la pezonera era totalmente innecesaria y probablemente podremos dejarla (gracias por toda tu ayuda, Silvia).
Un momento dado nos pareció que el bebé estaba muy caliente. ¿Podría tener fiebre? No, nos dijeron, es normal si está muy abrigado (ya lo habíamos desnudado), lo que pasa es que hay mucha gente en la habitación (no había nadie) y la calefacción está alta (pues bajadla, digo yo…). Casi tuve que suplicar para que vinieran a ver al bebé, no sin malas caras. Volvemos al poco tacto con los primerizos: si nos preocupamos demasiado, ¿se os ha ocurrido esforzaros más en tranquilizarnos para que no nos preocupemos tanto? La información contradictoria tampoco ayuda: tan pronto una enfermera nos decía que podíamos ver lo que hacía la pediatra con el bebé, la siguiente se llevaba el bebé a la pediatra indicándonos, con mal humor, que no había nada que ver. En dos días vivimos innumerables momentos como este. Desde luego no contribuyen en absoluto a la tranquilidad de nadie.
¿Una experiencia generalizada?
Como he comentado al principio, esperaba que la planta de maternidad más moderna de la isla fuera mejor aún que la de Son Llátzer. Allí, las habitaciones son “individuales”, para una única familia. Se alojan ahí la mamá, el bebé, y también hay un sofá-cama para el papá o acompañante. En Son Espases, en cambio, la única diferencia entre la planta de maternidad y cualquier otra es que las puertas de las habitaciones tienen un dibujo infantil colgado. Recuerdo haber visto una planta de maternidad mucho más bonita en algún reportaje de la TV pero desde luego no es allí donde estuvimos.
El segundo día nos trajeron una compañera de habitación. No debería contarlo pero me parece paradigmático porque, a diferencia de nosotros, que aún sintiéndonos solos, estábamos arropados por nuestros familiares y amigos, ella en cambio estuvo sola todo el tiempo. Era una chica de nuestra edad, muy discreta pero simpática si le sacabas conversación. Tenía mucha hemorragia y se la veía agotada y, si me permitís, abandonada. ¿A alguien le importó? No. A las enfermeras les importaba únicamente que hiciera pis en un bote para analizar y que se hubiera limpiado antes de hacer ese pipí porque contaminaba la muestra. Ella apenas se tenía en pie cuando iba al baño. La enfermera se dirigió a nosotros. Con excepción de las pediatras, fue la única vez que vimos cierta amabilidad en el personal. Con una sonrisa nos dijo: “como ella está sola, si oís que se cae o algo, ¿nos llamaréis?”.
Por supuesto. Es lo mínimo que podíamos hacer. Incluso la hubiéramos ayudado a ducharse, pero ¿no es eso trabajo del personal sanitario? ¿tan quemado está el personal de la planta de maternidad de Son Espases, que no tiene fuerzas ni para sonreír en Navidad? ¿es posible que, precisamente por las fiestas, estén bajo mínimos? No encontrar ni un solo enfermero ni enfermera que pareciera estar a gusto me hace pensar que la única explicación a esta vergüenza de servicio se debe a una mala gestión. No me cabe duda de que este hospital, igual que Son Llátzer y los centros de salud que tan bien funcionan, tiene potencial y personal para ser un referente de la excelencia de la sanidad pública.
Sin embargo, hoy por hoy, sea por la causa que sea, la planta de maternidad de Son Espases tiene abandonados a sus pacientes. Al menos esa es la impresión que nos dio y es una impresión muy fea. Aún más en Navidad.
Aviso: El contenido de la entrada refleja la experiencia y opinión de su autor.