Momentos clave

Continúa de «Reloj que gira, mundo atrasa«.

Hoy mi padre hubiera cumplido 66 años, pero no llegó a cumplir los 63.

Cuando falleció, un pedacito de nosotros, su familia y amigos, murió con él. Porque se lo merecía. Porque necesitaba saber que no estaba solo en la lucha.

Aprendí cuán importante era eso varios meses antes, donde menos lo esperaba y de quien menos lo esperaba.

En octubre de 2010 tenían que abrir la cabeza a mi padre para extirparle el tumor. Y a finales de septiembre, el laboratorio del que formo parte en la Universidad recibía la visita de una serie de investigadores punteros en nuestro campo a nivel internacional. Venían de Estados Unidos, de Canadá, de Austria, de Gran Bretaña y de Dinamarca. No podía perder la oportunidad de conocerles.

Y ahí estaba yo, asistiendo a unas fantásticas reuniones científicas. Codeándome con los mejores especialistas en la materia de la que me iba a doctorar. Sin embargo, no podía dejar de pensar en la operación que iba a enfrentar mi padre. Evidentemente, los invitados se enteraron de la situación y una de las investigadoras me preguntó por ello. Como ya he dicho en otras ocasiones, conocemos muy bien el cerebro, así que nuestra conversación era «semiprofesional». Aún así, me dio un consejo personal muy valioso sobre cómo debíamos actuar con mi padre justo antes de momentos clave como la operación que estaba a punto de enfrentar:

– Tenéis que decirle tres cosas –me dijo–, «estamos contigo», para que no se sienta solo, «estás en buenas manos», porque es verdad, me cuentas que lo trata uno de los mejores neurocirujanos del país; y «estaremos esperando cuando salgas.» ¿Me entiendes? Dile: «No nos movemos de aquí, estamos contigo, estás en buenas manos.»

Cuando lo puse en práctica, no sé si insistí demasiado, pues mi padre, con su habitual (mal)humor, casi me manda a la mierda. 🙂 Así que no volví a decírselo en todo el proceso que duró su enfermedad. Me lo guardaba por si teníamos que enfrentar algún otro momento clave en el cuál decírselo, una sola vez, sin insistir. Ojalá no llegara ese momento.

En junio de 2011 mi padre ya había pasado, además de por aquella operación, por quimioterapia, radioterapia, y por otra quimioterapia diferente, además de padecer una neumonía y alguna otra pequeña complicación. Incluso pasó por una buena época, sin casi dolores de cabeza, sin casi crisis, y casi haciendo vida normal. Pero el tumor volvió a crecer con avidez y hay quien cree que mi padre «dejó de ser él mismo».  Cuando ingresamos en el hospital especializado en paliativos ya no hablaba, y a duras penas comía.

Cuatro días más tarde apenas respiraba. Las enfermeras y enfermeros lo venían a cambiar de postura de tanto en cuando y nos ofrecían palabras tranquilizadoras. Era normal que mi padre estuviera varios segundos sin respirar. De hecho iba a hacerlo cada vez más a menudo, y cada vez pasaría más segundos sin aire. Un momento dado, después de cambiarle la postura otra vez, nos avisaron de que no teníamos que asustarnos, de que quedaban pocos minutos… Que estuviéramos con él.

Enseguida me puse a un lado de la cama cogiéndole de la mano. Mi madre hizo lo mismo en el otro lado. Tenía los ojos cerrados. Dormía plácidamente, si no fuera porque de repente dejaba de respirar y, muchos segundos más tarde, cogía una bocanada de aire con desespero. Quería seguir respirando y su cuerpo no obedecía. Digo mal, su cerebro solo era capaz de enviar la orden de respirar intermitentemente, a la desesperada. De repente, sin aliento, empezó a temblar, cogido de nuestras manos. Yo le apreté la mano y me incliné para susurrarle al oído.

– Papá, estamos contigo. Estamos todos aquí. Tranquilo. No nos moveremos de tu lado.

Mi padré dejó de temblar.

¿Me oyó?

Cogió aire varias veces más, pero a pesar del desespero, se le veía tranquilo, no volvió a temblar. Aunque en pocos minutos, como le sucede a todo el mundo tarde o temprano, tampoco volvió a respirar.

Papá, estás en buenas manos. Estaremos esperando.

Relato enmarcado en una línea de reflexiones sobre la inmortalidad, y basado en un artículo original publicado en Primus Inter Pares el 19 de junio de 2012