Desde el estreno de Del Revés (Inside Out) hace varias semanas, la red se ha llenado de artículos escritos por psicólogos que analizan la película desde un punto de vista científico. La mayoría se dejan llevar por la emoción que les provoca la película y al final la ciencia queda en segundo plano. La más notable excepción es el post de Xataka “Del Revés (Inside Out) y cómo son los sentimientos en realidad”, escrito por Guido Corradi y Javier Jiménez. A ellos les pasa al revés (¿nunca mejor dicho?), pues en su afán por resultar precisos sobre la ciencia, devienen imprecisos sobre la película. Si bien el post es muy bueno psicológicamente hablando, creo que cuando se reseña algo (como una película), lo primero que hay que conocer con precisión es ese algo (la película).
Así que voy a empezar aceptando el reto que plantean los autores casi al final del artículo. Se trata de una serie de preguntas que, si ellos mismos se hubieran empeñado en contestar antes de escribir el post, les hubiera quedado un artículo aún mejor. Son las siguientes:
¿Hasta qué punto la película transmite la idea de que no podemos hacer nada por controlar nuestra vida? ¿Hasta qué punto la película ayuda a consolidar ideas perniciosas sobre los trastornos emocionales? ¿Hasta qué punto la película olvida (¡desincentiva!) la capacidad de las personas para que sus vidas se guíen por sus valores o sus planes y no por sus estados de ánimo?
Puesto que la respuesta a esas preguntas revela el mensaje de la película, recomiendo dejar de leer si no se ha visto aún. Allá va.
La respuesta a todas ellas es: hasta ningún punto. La película va precisamente de lo contrario. Y es extraño que los autores del artículo mencionen únicamente al final y muy de pasada la posible virtud de la película como “psicoeducación” (para utilizar el mismo término que utilizan ellos). La película no tan solo transmite el mensaje de que todas las emociones son necesarias, sino también que los protagonistas de nuestra vida somos nosotros (tenemos el control), mientras que las protagonistas de la película, las emociones, solamente están ahí para teñir nuestros recuerdos (es bueno saberlo). De hecho, si nos basamos en estudios como los de Linda Levine, parece que la película representa bastante bien cómo funcionan los procesos de recuerdo durante el sueño y la vigilia, y cómo los recuerdos están sesgados por la emoción del momento en el que se guardaron, pero también del momento en el que se recuerdan. Por supuesto, la película siempre hace una representación metafórica, y trata más bien de lo que sentimos que de lo que sucede realmente en el cerebro.
En este sentido, me lanzo a corregir las imprecisiones del artículo “Del Revés (Inside Out) y cómo son los sentimientos en realidad”, de Guido Corradi y Javier Jiménez:
– en primer lugar, teniendo en cuenta el fantástico repaso etimológico que hacen de la palabra emoción, el título del post sería más preciso si utilizara también la palabra “emoción” en lugar de “sentimiento”, que a menudo se ha considerado algo diferente, más duradero y menos orientado a la acción.
– en segundo lugar, siguiendo con la clasificación de las emociones, es bueno precisar que la decisión de los cineastas para utilizar 5, ni más ni menos, responde a necesidades narrativas. Como bien comentan los autores del artículo, solo 2 emociones hubiera resultado aburrido, pero más de 5 podría resultar confuso. En concreto, el director de la película, Pete Docter, pidió asesoría al Dr. Paul Ekman, pionero del estudio de la expresión facial de las emociones. Para ser fieles a los estudios de Ekman, la película debería mostrar 7 emociones, pues (otras teorías a parte) los humanos mostramos siete emociones a través de diferentes expresiones faciales características. Desde mi humilde punto de vista, el cineasta tomó una buena decisión al dejar de lado la sorpresa, que es muy breve y en seguida se tiñe de otra emoción; y el desprecio que, a pesar de tener una expresión facial concreta, aparece bastante bien representado en la “personalidad” de la emoción de asco de la película.
– y aquí llegamos al problema del homúnculo expuesto por los autores del artículo. Nuevamente creo que se equivocan, pues en la película las emociones parece que tienen el control, pero no es así en todo momento. El ejemplo más claro es la introducción de una idea en la mente de Riley (la niña “protagonista” de la peli). Las emociones le “dan” esa idea pero cuando Riley toma esa decisión, las emociones parecen no poder hacer nada para pararla. Al menos no hasta que Riley recupera su entereza. Está madurando. Y es que la película tiene dos niveles: el nivel entretenido, fantástico, metafórico de las emociones del mundo interior de Riley (la verdadera aventura); y el nivel filosófico, reflexivo, que vemos en el mundo exterior, en el que Riley pasa por ciertos cambios justo en el momento en que está entrando en la adolescencia (cosa que por supuesto se refleja en el mundo metafórico interior).
– así que “las emociones SÍ podrían funcionar metafóricamente como en la película” por contra de lo que apuntan los autores. Siempre teniendo en cuenta que hablamos metafóricamente y nos basamos en las teorías del Dr. Ekman y su discípulo Dacher Keltner. Uno de los fallos que los autores achacan al homúnculo es que el procesamiento emocional no va en una única dirección (homúnculo que da órdenes) sino que tiene en cuenta las señales del mundo exterior. Os animo a que os fijéis en la peli, donde las emociones también reciben señales, y su personalidad, sus diálogos, responden precisamente a eso. Me imagino a Riley haciendo el experimento del boli: fijo que Alegría se lo pasaría bomba.
Y termino con una cita del propio Dr. Ekman sobre la película en este artículo ya enlazado más arriba, pues según él parece que el tema de la psicoeducación que Guido Corradi y Javier Jiménez solo mencionan de pasada, es clave. Ekman considera que la película enseña a niños y padres cómo funcionan las emociones, permitiéndonos “elegir lo que sentimos, en lugar de ser controlados por nuestras emociones”.
Que así sea. 🙂